miércoles, 6 de junio de 2007

Las peores vacaciones

En ese momento...


A continuacion un relato contado en primera persona por un amigo que sufrió unas vacaciones algo accidentadas en un lugar de la mancha... no tiene desperdicio y mas para quien lo conoce, espero que a raiz de este momento tanto él como todos los que podemos leer aqui nos animemos a contar esas pequeñas anecdotas de nuestra vida que luego nos hacen reir, lo que se narra es verídico, confirmado por sus acompañantes.
  • Hacía mucho calor. Era pleno agosto en el centro de la península. Cinco de la tarde. Unos días antes se había estropeado el aparato de aire acondicionado. Nadie entraba a la tienda y eso hacía la espera al cierre más insoportable. Las horas transcurrían muy lentamente, aunque mi mente se entretenía imaginando nuevas melodías al piano.
    Entonces ocurrió. Una llamada telefónica que me despertó de mi letargo. Contesté. Me sorprendí muy gratamente al comprobar que era mi amigo “el payaso”. Me informó de los planes de la pandilla. Se había organizado una acampada, y además el mismo día que yo comenzaba mis vacaciones.
    No sé cómo describir mi impaciencia contando los pocos días que me quedaban para la excursión. Estaba realmente harto de madrugar y sobre todo de tener que sonreír constantemente al público en mi afán de vender algún instrumento musical.
    Mi jefe era hombre de negocios, pero no tenía nada que ver con la música. Intentó hacerme quedar en la tienda ofreciéndome más de lo que iba a ganar por esa semana. Dije que no. Estaba demasiado entusiasmado con aquella escapada como para venderme por un puñado de duros.
    En vísperas, me notaba yo más contento y más amable de lo normal. No es que no lo fuera en condiciones normales, sino que me encontraba eufórico por poder descansar y además por poder hacerlo con los amigotes de toda la vida.
    Nos hicimos cientos de llamadas para organizar el viaje. Resultaron decenas de listas de compra, varios amigos que se apuntaban y desapuntaban y varios sorteos para ver quién tenía que poner el coche (yo quedé fuera del sorteo por no disponer de coche ni carné).
    Por fin llegó el gran día. Finalmente nos animamos a ir seis chicos. Nos fuimos en dos coches (nunca me ha gustado disponer de carné de conducir por evitar este tipo de situaciones) y llenamos el maletero de cerveza y vino, amén de algo para comer.
    Nuestro destino, las lagunas de Ruidera, era un hervidero de gente. No éramos gente que nos gustase relacionarnos con los demás, ya que de alguna manera sabíamos a ciencia cierta que la íbamos a liar de una manera u otra.
    Con este presentimiento decidimos alejarnos todo lo posible de la algarabía, para acabar en una especie de ciénaga. En un principio no nos molestó el lugar, pero al caer la noche nos encontramos con que aquel lugar estaba repleto de mosquitos y otros insectos. Incomodándonos cada vez más.
    Unas horas más tarde, la cerveza comenzó a hacer estragos en nuestras líneas. Hablábamos a voces y sin sentido, cantábamos (por decirlo de alguna manera) melodías roqueras que nos entusiasmaban, sacamos conclusiones que nos parecían muy lógicas sobre cómo arreglar el mundo y nos salía inspiración de no se sabe dónde y recitábamos:

    Al fin, comenzó la gran fiesta,
    seis amigos trasegadores
    ingiriendo un sinfín de licores
    conseguirán la más épica gesta.

    A las pocas horas la situación se hizo insostenible. No era buena mezcla el alcohol con los mosquitos. Decidimos ir al pueblo de al lado a buscar fiesta aunque fuese en algún garito de mala muerte. En esos momentos ya todo nos daba igual.
    No caímos nada simpáticos en el pueblo. Además de nuestra facha y nuestra embriaguez, había ocurrido una catástrofe el día anterior en aquel pueblo. Fallecieron dos o tres jóvenes naturales de la zona en un grave accidente de tráfico. Todo el lugar estaba de luto.
    Apunto de desistir en nuestra búsqueda, encontramos un tugurio vacío. Decidimos celebrar el milagro de la vida.
    Bebimos. Bebimos. Bebimos un poco más. Intentamos jugar a la diana. Recuerdo que no era capaz de acertar ni tan siquiera a la máquina. Daba con los dardos en la pared. En ese momento supe que iba a suceder una tragedia… y sucedió.
    A la salida del bar, a mi amigo Gude se le ocurrió la brillante idea de cogerme a hombros para no sé qué. Debido a la borrachera, a su despiste o a la alineación de los astros aquélla noche, se le olvidó sujetarme cuando estaba encima de sus hombros. Yo, que no soy equilibrista, y menos aún en ese estado, tampoco puse las manos para amortiguar la caída (porque la hubo, y grande). Consecuencia: hice un salto mortal hacia atrás con tirabuzón. Aterricé con la cara en el duro y frío asfalto de la travesía. Mi cara quedó destrozada y mi hombro izquierdo con no sé qué lesión.
    Andaba yo sangrando instantes después cuando no sé si por shock o por borracho, entré en un estado de semiinconsciencia que asustó a mis amigos.
    Instantes después apareció un médico por allí. No sé si fue casualidad o alguien le llamó. (Quizá podría preguntárselo a algunos de mis acompañantes de aquella noche, pero dudo mucho que alguien se acuerde). Recuerdos borrosos. Lo siguiente que recuerdo es estar tumbado en una cama de urgencias con un médico y una enfermera que me cortaba pedazos de mi preciosa cara con tijeras para después tapar los trozos en carne viva con gasas y esparadrapo. Me pusieron una grapa en el ojo izquierdo (creo que para que no intentase abrirlo), y un cabestrillo.
    El parte médico rezaba: intoxicación etílica aguda y alitosis etílica. Sobra cualquier tipo de comentario. Me deshice enseguida de aquel parte.
    Para mí la fiesta había terminado y no por convencimiento propio, sino por instancia de mis amigos.
    Así pues, volvimos tres para casa a las primeras de cambio, Gude, Payaso y yo. Gude por agresor y su mala conciencia, Payaso por pensar que era el que mejor podía conducir en esos momentos y yo, el Pescao, por haber vuelto a ser el más gafado de todos, lo que venía siendo ya una tónica habitual.
    Durante el trayecto nos dimos cuenta de que no teníamos gasolina. Las gasolineras estaban cerradas. No nos quedaba cerveza. Payaso condujo a 90 km/h para ahorrar el máximo combustible posible.
    Conseguimos llegar a Ciudad Real en reserva y a altas horas de la madrugada. Decidí irme a casa a intentar dormir y a olvidar lo ocurrido.
    Al día siguiente me di cuenta de la realidad de lo ocurrido. Era más grave de lo que en principio pensé. El brazo me dolía bastante y no podía moverlo. El ojo izquierdo cerrado a cal y canto y la cara hecha un mapa. Parecía el fantasma de la ópera.
    Eran ferias en Ciudad Real, pero me di cuenta enseguida de que no iba a poder montar en los coches de choque. Se me habían jodido las vacaciones por una imprudencia y un poco de mala suerte.A los 14 días me quitaron la grapa, las vendas y el cabestrillo. Ya era demasiado tarde. A la mañana siguiente volví al trabajo.

  • by Tone.

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